miércoles, 29 de febrero de 2012

XXV Aniversario Salida Costaleros Hdad. Vera+Cruz

Este año la corporación de la madrugá baezana está celebrando el XXV Aniversario de la primera salida a costaleros del Nazareno, con tal motivo han organizado una convivencia con todos los costaleros que a lo largo de estos veinticinco años han formado parte de las cuadrillas de costaleros de la cofradía.

Desde la hermandad de El Huerto aprovechamos para felicitar a la hermandad por estos años saliendo a las calles de Baeza a hombros de sus hermanos y hermanas.


Cartel Huerto San Fernando 2012

La Venerable Hermandad y Cofradía de Penitencia de la Sagrada Oración de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto, María Santísima de Gracia y Esperanza Coronada y Beato Marcelo Spínola nos ha hecho llegar el cartel anunciador que dicha corporación edita.


La instantánea es de José Alberto Ortíz Benítez


Pregón de la Juventud Cofrade de Barcelona

Desde el Consejo General de Hermandades y Cofradías de la Archidiócesis de Barcelona, nos llega la nota de prensa que a continuación os reproducimos:

El sábado 3 de marzo a las cinco de la tarde, tendrá lugar en la Iglesia de San Jaime de Barcelona, el cuarto pregón de la Juventud Cofrade de Barcelona, que organizan conjuntamente el Consejo General de Hermandades y Cofradías y la Coordinadora de Jóvenes Cofrades de Barcelona.

En esta cuarta edición será Nazaret Paniagua, cofrade de origen extremeño afincada en Barcelona, la que tendrá el honor de pregonar la Semana Santa de la provincia eclesiástica. El acto será acompañado por la actuación de la Agrupación Musical 15+1 de L’Hospitalet de Llobregat.

Finalizado el acto la Hermandad de Nuestra Señora de las Angustias presentará el cartel de Semana Santa de la hermandad.

Podéis conocer un poco más a la pregonera de este año en una entrevista que encontraréis en la web del Consejo.

Junta de Costaleros

Cofradía de la Sagrada Oración de Nuestro Señor Jesucristo en el Huerto de los Olivos y María Santísima del Rosario en sus Misterios Dolorosos.

Queridos hermanos en Cristo de la Oración y Nuestra Madre del Rosario:
Próximas las fechas de nuestra Semana Santa nos ponemos en contacto contigo, como costalero de nuestro Cristo, para comunicarte que los ensayos comenzaran el próximo JUEVES 1 DE MARZO A LAS 20:30 HORAS EN LA SEDE DE LA AGRUPACION DE COFRADÍAS
(balcón del concejo, antiguo INEM junto al bar las Vegas. Para orientarnos un poco mejor el edificio que hace esquina en el PASEO, con la calle que sube para el Ayuntamiento).
Como ya hiciéramos el año pasado, el primer ensayo en la sede se realiza con el objetivo de una primera toma de contacto, en la que se proyectará un video de la estación de penitencia de 2011, si tenéis algún video vosotros os los traéis, se valoraran vuestras sugerencias para mejorar aspectos que así lo requieran así como cualquier otra propuesta que deseéis realizar. Además este año vamos a hacer sudaderas de la cofradía, que en esta reunión se dará todo tipo de información y quien lo deseé podrá adquirirla.
Los demás ensayos, serán TODOS LOS SABADOS HASTA EL DOMINGO DE RAMOS, en la cochera de todos los años de nuestro hermano Juan Ruiz, en el polígono de la Escareruela, última calle del polígono, A LAS 5 DE LA TARDE.
Por lo que en resumen quedaría así:
PRIMER DIA: TOMA DE CONTACTO Y VIDEO, JUEVES 1 DE MARZO A LAS 20:30 HORAS EN LA SEDE DE LA AGRUPACION DE COFRADIAS.
ENSAYOS:
PRIMER ENSAYO: SÁBADO DIA 3 DE MARZO A LAS 5 DE LA TARDE.
SEGUNDO ENSAYO: SÁBADO DIA 10 DE MARZO A LAS 5 DE LA TARDE.
TERCER ENSAYO: SÁBADO DIA 17 DE MARZO A LAS 5 DE LA TARDE.
CUARTO ENSAYO: SÁBADO DIA 24 DE MARZO A LAS 5 DE LA TARDE.
Os informamos también que tenemos disponibles los libros de Semana Santa 2012 por si queréis adquirirlos al precio de 8 euros.
Sin más recibe un cordial y afectuoso abrazo.
Teléfono de contacto del capataz, Francisco Javier Moreno (Paquito): 619668844
Encargado de costaleros, Pedro Manuel Gallego: 671420773

jueves, 23 de febrero de 2012

Homilía del S.S. Benedicto XVI en la misa Miércoles de Ceniza.

EL SENTIDO DEL SIGNO DE LA CENIZA CUARESMAL

Queridos hermanos y hermanas; Con este día de penitencia y de ayuno -el Miércoles de Ceniza- comenzamos un nuevo camino hacia la Pascua de Resurrección: el camino de la Cuaresma. Quisiera detenerme brevemente y reflexionar sobre el signo litúrgico de la ceniza, signo material, elemento de la naturaleza, que en la Liturgia se vuelve un símbolo sagrado, muy importante en este día que da comienzo al itinerario cuaresmal.

Antiguamente, en la cultura hebraica, era muy común cubrirse la cabeza con ceniza, como signo de penitencia, junto con vestirse de sayal o de trapos. Sin embargo, para nosotros los cristianos, hay este único momento, que además tiene una notable relevancia ritual y espiritual. Ante todo, la ceniza es uno de esos signos materiales que implican al cosmos en la Liturgia. Los principales son evidentemente los de los Sacramentos: el agua, el óleo, el pan y el vino, que se vuelven verdadera y propia materia sacramental, instrumento a través del cual se comunica la gracia de Cristo, que llega hasta nosotros.

Pero, en el caso de la ceniza, se trata de un signo no sacramental, aun permaneciendo ligado a la oración y a la santificación del Pueblo cristiano: en efecto, se prevé, antes de la imposición individual en la cabeza, una bendición específica de la ceniza – que realizaremos dentro de poco – con dos fórmulas posibles. En la primera, la ceniza se define como ‘austero símbolo’; en la segunda se invoca directamente sobre ella la bendición y se hace referencia al texto del Libro del Génesis, que puede acompañar también el gesto de la imposición:«¡Recuerda que eres polvo y al polvo volverás!». (Gn 3,19) Detengámonos un momento en este pasaje del Génesis. Concluye con el juicio pronunciado por Dios después del pecado original: Dios maldice a la serpiente, que hizo caer en el pecado al hombre y a la mujer; luego castiga a la mujer anunciándole los dolores del parto y una relación desigual con su marido; finalmente, castiga al hombre, le anuncia la fatiga del trabajo y maldice el suelo. «¡Maldito sea el suelo por tu culpa!» (Gn 3,17), por causa del pecado.

Por lo tanto, el hombre y la mujer no son maldecidos directamente, como lo es la serpiente, sino por causa del pecado de Adán, es maldecido el suelo, de donde fue sacado. Volvamos a leer la magnífica narración de la creación del hombre de la tierra: «Entonces el Señor Dios modeló al hombre con arcilla del suelo y sopló en su nariz un aliento de vida. Así el hombre se convirtió en un ser viviente. El Señor Dios plantó un jardín en Edén, al oriente, y puso allí al hombre que había formado» (Gn 2,7-8). He aquí, pues, que el signo de la ceniza nos vuelve a llevar al gran cuadro de la creación, en el que se dice que el ser humano es una singular unidad de materia y de soplo divino, a través de la imagen del polvo del suelo plasmado por Dios y animado por su aliento de vida, soplado en la nariz de la nueva criatura.

Podemos observar cómo en la narración del Génesis el símbolo del polvo sufre una transformación negativa debido al pecado. Mientras que, antes de la caída, el suelo es una potencialidad totalmente buena, regada por un manantial (Gn 2,6) y capaz, por obra de Dios, de germinar «toda clase de árboles, que eran atrayentes para la vista y apetitosos para comer» (Gn 2,9), después de la caída y la consiguiente maldición divina, el suelo producirá «cardos y espinas» y sólo a cambio de «dolor» y «sudor de la frente» concederá al hombre sus frutos (cfr Gn 3, 17-18). El polvo de la tierra no recuerda ya el gesto creador de Dios, todo abierto a la vida, sino que se vuelve signo de un inexorable destino de muerte: «¡Porque eres polvo y al polvo volverás!». (Gn 3,19).

Es evidente en el texto bíblico, que la tierra participa de la suerte del hombre. En este contexto, san Juan Crisóstomo dice en una homilía suya: «Mira cómo, después de su desobediencia, todo le es impuesto al hombre, de modo contrario a su precedente estilo de vida» (Homilías sobre el Génesis 17, 9: pag 53, 146). Esta maldición del suelo tiene una función medicinal para el hombre, que debería ser ayudado por las «resistencias» de la tierra a mantenerse en sus límites y reconocer su propia naturaleza (cfr ibid.). Así, con una bella síntesis, se expresa otro antiguo comentario: «Adán fue creado puro por Dios, para su servicio. Todas las criaturas le fueron concedidas para servirlo. Él estaba destinado a ser el señor y rey de todas las criaturas. Pero, cuando el mal llegó a él y conversó con él, él lo recibió por medio de una escucha externa. Luego, penetró en su corazón y se adueñó por entero de su ser. Al ser capturado de esta forma, la creación, que lo había asistido y servido, fue capturada con él». (Pseudo – Macario, Homilías 11, 5: pag 34, 547).

Decíamos hace poco, citando a Crisóstomo, que la maldición del suelo tiene una función «medicinal». Ello significa que la intención de Dios, que es siempre benéfica, es más profunda que su misma maldición. Ésta, en efecto, se debe, no a Dios, sino al pecado, pero Dios no puede no infligirla, porque respeta la libertad del hombre y sus consecuencias, aun negativas. Por lo tanto, en el castigo y también en la maldición del suelo, permanece una intención buena que viene de Dios. Cuando Él dice al hombre: «¡eres polvo y al polvo volverás!», junto con el justo castigo quiere también anunciar un camino de salvación, que pasará justo a través de la tierra, a través de ese «polvo», de esa «carne», que será asumida por el Verbo. Es en esta perspectiva salvífica que la palabra del Génesis es recordada por la Liturgia del Miércoles de Ceniza: como invitación a la penitencia, a la humildad, a tener presente la propia condición mortal, pero no para acabar en la desesperación, sino más bien para acoger, justo en esta nuestra mortalidad, la impensable cercanía de Dios, que, más allá de la muerte, abre el pasaje a la resurrección, al paraíso finalmente reencontrado. En este sentido, nos orienta un texto de Orígenes, que dice: «Lo que inicialmente era carne, de la tierra, un hombre de polvo (cfr 1 Cor 15,47), y fue deshecho a través de la muerte y de nuevo hecho polvo y ceniza –en efecto está escrito: eres polvo y al polvo volverás – viene hecho resurgir de nuevo de la tierra. Luego, según los méritos del alma que habita el cuerpo, la persona avanza hacia la gloria de un cuerpo espiritual». (Sobre Principios 3,6,5: 268, 248).

Los «méritos del alma», de los que habla Orígenes, son necesarios; pero son fundamentales los méritos de Cristo, la eficacia de su Misterio pascual. San Pablo nos ofrece una formulación sintética en la segunda lectura: «A aquel que no conoció el pecado, Dios lo identificó con el pecado en favor nuestro, a fin de que nosotros seamos justificados por él» (2 Cor 5,21). La posibilidad para nosotros del perdón divino depende esencialmente del hecho de que Dios mismo, en la persona de su Hijo, ha querido compartir nuestra condición, pero no la corrupción del pecado. Y el Padre lo ha resucitado con el poder de su Santo Espíritu y Jesús, el nuevo Adán, se ha vuelto «un ser espiritual que da la Vida» (1 Cor 15,45), la primicia de la nueva creación. El mismo Espíritu que ha resucitado a Jesús de entre los muertos puede transformar nuestros corazones, de corazones de piedra en corazones de carne (cfr Ez 36, 26). Lo hemos invocado hace poco con el Salmo Miserere: «Crea en mí, Dios mío, un corazón puro, y renueva la firmeza de mi espíritu. No me arrojes lejos de tu presencia ni retires de mí tu santo espíritu» (Sal 51, 12-13).

Aquel Dios que expulsó a nuestros progenitores del Edén ha mandado a su Hijo a nuestra tierra devastada por el pecado, no lo reservó, con el fin de que nosotros, hijos pródigos, podamos volver, arrepentidos y redimidos a su misericordia, en nuestra verdadera patria. Así sea, para cada uno de nosotros, para todos los creyentes, para cada hombre que humildemente se reconoce necesitado de salvación. Amén.

Carta Pastoral CUARESMA de 2012

Queridos fieles diocesanos:

El próximo día 22 de febrero, Miércoles de ceniza, iniciamos el camino cuaresmal que nos conducirá hasta la gran fiesta de los cristianos: la Pascua de Resurrección. Será, este año, el Domingo 8 de abril. Son días de conversión personal y comunitaria que pasa por la oración y el ayuno, por la renuncia y humildad. Nuestro encuentro personal con Jesucristo nos llevará a verle también en los hermanos.

Al imponérsenos la ceniza la Iglesia suplica ante el Señor que nos fortalezca con su auxilio “para que nos mantengamos en espíritu de conversión y que, la austeridad penitencial de estos días, nos ayude en el combate cristiano contra las fuerzas del mal”.
 
1. Pensemos que el anuncio de la Cuaresma tiene un contenido alegre y gozoso. Es para crecer en libertad, creatividad y para interiorizar y seguir la gran verdad: Jesucristo. Con Él y en Él salimos de la mediocridad hacia la novedad. Rejuvenece nuestro bautismo, abre sus brazos Dios y nos transforma con su cercanía.
Es tiempo de romper ataduras fuertes, por la lejanía de Dios, o de hilos de araña, que también nos retienen, como caprichos que nos impiden mirar con más libertad a lo alto y reconocer que Dios nos quiere, que está en nuestros hermanos.

Es un recorrido para salir de nuestras rutinas, mirar al horizonte pascual y caminar por la senda de la fe y del amor. Hacer “una ruta nueva” abandonando lo que es “nuestro”, como hizo Abraham y todos los que ponen su confianza en Él, para encontrar la novedad que siempre esperamos. Despertemos del sueño.

2. Es camino hacia la Pascua:
Reconocer nuestra mentalidad mundana que se nos pega a todos, aun sin buscarlo. Nos encanta ser “pequeños dioses” e independizarnos del Señor. Por eso el ejercicio de nuestro encuentro diario en la oración, durante este tiempo, es crucial. Jesús, oíamos hace pocos domingos: “Se levantó de madrugada, se marchó al descampado y se puso a orar” (Mc. 1, 35).
- Convencernos interiormente de que hacemos este camino para vivir y no para “fastidiarnos”. La Cuaresma no es sobre todo para instruirnos en algo, sino para iniciarnos o profundizar en el misterio de la muerte y resurrección de Jesús. Si hay muerte en nuestra vida, si hay ayuno y penitencia, es porque con ello anunciamos y buscamos algo nuevo: encontrarnos con la Vida que es Cristo y, con Él, participar de su Resurrección. Ayunamos para encontrarnos con el alimento verdadero. “Está escrito: No sólo de pan vive el hombre, sino de toda palabra que sale de la boca de Dios” (Mt. 4, 4).

Compartir lo que tenemos en nuestro corazón y en nuestras manos. Las cosas innecesarias sofocan la voz interior y la de Dios. El confort suele anquilosar el corazón y hacerlo pequeño. En nuestro recorrido cuaresmal debe destacar la caridad fraterna y la limosna, el desprendimiento alegre de lo nuestro para los demás. Jesús alabó la limosna de una viuda pobre: “Ha echado, dijo, todo lo que tenía”.

3. Como en años anteriores Su Santidad, Benedicto XVI, nos ha enviado un profundo y claro Mensaje para esta Cuaresma. Lleva por título: “Fijémonos los unos en los otros para el estímulo de la caridad y de las buenas obras” (Hb. 10, 24).

Nos invita: “a confiar en Jesucristo como Sumo Sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios”. Esta acogida a Cristo, dice el Santo Padre, tendrá sus frutos: una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: fe, esperanza y caridad.

Destaca el Papa también que, para estos logros, es muy importante participar en los actos litúrgicos y en la oración de la comunidad cristiana.
Ruego, de forma especial, a los sacerdotes que, haciendo “nuestro” el Mensaje del Santo Padre, traslademos luego antes nuestros fieles encomendados los tres aspectos fundamentales de la vida cristiana que se desarrollan en el mismo: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

Renovemos también, como Pastores, nuestra disponibilidad, muy especial  durante todo este tiempo, para atender elministerio de la reconciliación, no sólo de forma comunitaria, sino también de forma individual, al tiempo que exhortamos a todos los fieles a este encuentro alegre con Dios Padre que nos regala, en su Hijo, el perdón de nuestros pecados.

Con mi saludo agradecido en el Señor.
+ Ramón del Hoyo López
Obispo de Jaén

lunes, 20 de febrero de 2012

TRIDUO CUARESMAL DE LA HERMANDAD DE LA VERA+CRUZ

Los hermanos de la vera+Cruz nos han enviado el cartel anunciador del Solemne Triduo Cuaresmal que la hermandad de Santa Cruz celebrará durante los días 24. 25 y 26 de febrero en su Sede Canónica.

El Domingo 26 el Señor estará en devoto besamanos en horarios de mañana (11:00 a 13:00 h.)  y tarde(17:00 a 19:00 h.)

domingo, 19 de febrero de 2012

Presentación Libro de Semana Santa

Presentación del Programa de Semana Santa 2012



El próximo domingo tendra lugar la presentación del Programa Oficial de la Semana Santa de Baeza 2012 en el aula Magna de la Universidad Internacional de Andalucia a las 20:30 de la tarde.
La portada es una imagen del Cristo del Resucitado, la fotografía es de Juan Garcia Cuevas.
Al Finalizar el acto D. Francisco Lázaro Perales no dará un concierto de piano donde nos tocara una piezas de Semana Santa, le acompañara con el tambor Emilio J. Lorite Martinez.

miércoles, 15 de febrero de 2012

MENSAJE DE S.S. BENEDICTO XVI PARA LA CUARESMA 2012


MENSAJE DEL SANTO PADRE 
BENEDICTO XVI 
PARA LA CUARESMA 2012

«Fijémonos los unos en los otros 
para estímulo de la caridad y las buenas obras» (Hb 10, 24)


Queridos hermanos y hermanas

La Cuaresma nos ofrece una vez más la oportunidad de reflexionar sobre el corazón de la vida cristiana: la caridad. En efecto, este es un tiempo propicio para que, con la ayuda de la Palabra de Dios y de los Sacramentos, renovemos nuestro camino de fe, tanto personal como comunitario. Se trata de un itinerario marcado por la oración y el compartir, por el silencio y el ayuno, en espera de vivir la alegría pascual.

Este año deseo proponer algunas reflexiones a la luz de un breve texto bíblico tomado de la Carta a los Hebreos: «Fijémonos los unos en los otros para estímulo de la caridad y las buenas obras» (10,24). Esta frase forma parte de una perícopa en la que el escritor sagrado exhorta a confiar en Jesucristo como sumo sacerdote, que nos obtuvo el perdón y el acceso a Dios. El fruto de acoger a Cristo es una vida que se despliega según las tres virtudes teologales: se trata de acercarse al Señor «con corazón sincero y llenos de fe» (v. 22), de mantenernos firmes «en laesperanza que profesamos» (v. 23), con una atención constante para realizar junto con los hermanos «la caridad y las buenas obras» (v. 24). Asimismo, se afirma que para sostener esta conducta evangélica es importante participar en los encuentros litúrgicos y de oración de la comunidad, mirando a la meta escatológica: la comunión plena en Dios (v. 25). Me detengo en el versículo 24, que, en pocas palabras, ofrece una enseñanza preciosa y siempre actual sobre tres aspectos de la vida cristiana: la atención al otro, la reciprocidad y la santidad personal.

1. “Fijémonos”: la responsabilidad para con el hermano.

El primer elemento es la invitación a «fijarse»: el verbo griego usado es katanoein, que significa observar bien, estar atentos, mirar conscientemente, darse cuenta de una realidad. Lo encontramos en el Evangelio, cuando Jesús invita a los discípulos a «fijarse» en los pájaros del cielo, que no se afanan y son objeto de la solícita y atenta providencia divina (cf. Lc 12,24), y a «reparar» en la viga que hay en nuestro propio ojo antes de mirar la brizna en el ojo del hermano (cf. Lc 6,41). Lo encontramos también en otro pasaje de la misma Carta a los Hebreos, como invitación a «fijarse en Jesús» (cf. 3,1), el Apóstol y Sumo Sacerdote de nuestra fe. Por tanto, el verbo que abre nuestra exhortación invita a fijar la mirada en el otro, ante todo en Jesús, y a estar atentos los unos a los otros, a no mostrarse extraños, indiferentes a la suerte de los hermanos. Sin embargo, con frecuencia prevalece la actitud contraria: la indiferencia o el desinterés, que nacen del egoísmo, encubierto bajo la apariencia del respeto por la «esfera privada». También hoy resuena con fuerza la voz del Señor que nos llama a cada uno de nosotros a hacernos cargo del otro. Hoy Dios nos sigue pidiendo que seamos «guardianes» de nuestros hermanos (cf. Gn 4,9), que entablemos relaciones caracterizadas por el cuidado reciproco, por la atención al bien del otro y a todo su bien. El gran mandamiento del amor al prójimo exige y urge a tomar conciencia de que tenemos una responsabilidad respecto a quien, como yo, es criatura e hijo de Dios: el hecho de ser hermanos en humanidad y, en muchos casos, también en la fe, debe llevarnos a ver en el otro a un verdadero alter ego, a quien el Señor ama infinitamente. Si cultivamos esta mirada de fraternidad, la solidaridad, la justicia, así como la misericordia y la compasión, brotarán naturalmente de nuestro corazón. El Siervo de Dios Pablo VI afirmaba que el mundo actual sufre especialmente de una falta de fraternidad: «El mundo está enfermo. Su mal está menos en la dilapidación de los recursos y en el acaparamiento por parte de algunos que en la falta de fraternidad entre los hombres y entre los pueblos» (Carta. enc. Populorum progressio [26 de marzo de 1967], n. 66).

La atención al otro conlleva desear el bien para él o para ella en todos los aspectos: físico, moral y espiritual. La cultura contemporánea parece haber perdido el sentido del bien y del mal, por lo que es necesario reafirmar con fuerza que el bien existe y vence, porque Dios es «bueno y hace el bien» (Sal 119,68). El bien es lo que suscita, protege y promueve la vida, la fraternidad y la comunión. La responsabilidad para con el prójimo significa, por tanto, querer y hacer el bien del otro, deseando que también él se abra a la lógica del bien; interesarse por el hermano significa abrir los ojos a sus necesidades. La Sagrada Escritura nos pone en guardia ante el peligro de tener el corazón endurecido por una especie de «anestesia espiritual» que nos deja ciegos ante los sufrimientos de los demás. El evangelista Lucas refiere dos parábolas de Jesús, en las cuales se indican dos ejemplos de esta situación que puede crearse en el corazón del hombre. En la parábola del buen Samaritano, el sacerdote y el levita «dieron un rodeo», con indiferencia, delante del hombre al cual los salteadores habían despojado y dado una paliza (cf. Lc 10,30-32), y en la del rico epulón, ese hombre saturado de bienes no se percata de la condición del pobre Lázaro, que muere de hambre delante de su puerta (cf. Lc 16,19). En ambos casos se trata de lo contrario de «fijarse», de mirar con amor y compasión. ¿Qué es lo que impide esta mirada humana y amorosa hacia el hermano? Con frecuencia son la riqueza material y la saciedad, pero también el anteponer los propios intereses y las propias preocupaciones a todo lo demás. Nunca debemos ser incapaces de «tener misericordia» para con quien sufre; nuestras cosas y nuestros problemas nunca deben absorber nuestro corazón hasta el punto de hacernos sordos al grito del pobre. En cambio, precisamente la humildad de corazón y la experiencia personal del sufrimiento pueden ser la fuente de un despertar interior a la compasión y a la empatía: «El justo reconoce los derechos del pobre, el malvado es incapaz de conocerlos» (Pr 29,7). Se comprende así la bienaventuranza de «los que lloran» (Mt 5,4), es decir, de quienes son capaces de salir de sí mismos para conmoverse por el dolor de los demás. El encuentro con el otro y el hecho de abrir el corazón a su necesidad son ocasión de salvación y de bienaventuranza.

El «fijarse» en el hermano comprende además la solicitud por su bien espiritual. Y aquí deseo recordar un aspecto de la vida cristiana que a mi parecer ha caído en el olvido: la corrección fraterna con vistas a la salvación eterna. Hoy somos generalmente muy sensibles al aspecto del cuidado y la caridad en relación al bien físico y material de los demás, pero callamos casi por completo respecto a la responsabilidad espiritual para con los hermanos. No era así en la Iglesia de los primeros tiempos y en las comunidades verdaderamente maduras en la fe, en las que las personas no sólo se interesaban por la salud corporal del hermano, sino también por la de su alma, por su destino último. En la Sagrada Escritura leemos: «Reprende al sabio y te amará. Da consejos al sabio y se hará más sabio todavía; enseña al justo y crecerá su doctrina» (Pr 9,8ss). Cristo mismo nos manda reprender al hermano que está cometiendo un pecado (cf. Mt 18,15). El verbo usado para definir la corrección fraterna —elenchein—es el mismo que indica la misión profética, propia de los cristianos, que denuncian una generación que se entrega al mal (cf. Ef 5,11). La tradición de la Iglesia enumera entre las obras de misericordia espiritual la de «corregir al que se equivoca». Es importante recuperar esta dimensión de la caridad cristiana. Frente al mal no hay que callar. Pienso aquí en la actitud de aquellos cristianos que, por respeto humano o por simple comodidad, se adecúan a la mentalidad común, en lugar de poner en guardia a sus hermanos acerca de los modos de pensar y de actuar que contradicen la verdad y no siguen el camino del bien. Sin embargo, lo que anima la reprensión cristiana nunca es un espíritu de condena o recriminación; lo que la mueve es siempre el amor y la misericordia, y brota de la verdadera solicitud por el bien del hermano. El apóstol Pablo afirma: «Si alguno es sorprendido en alguna falta, vosotros, los espirituales, corregidle con espíritu de mansedumbre, y cuídate de ti mismo, pues también tú puedes ser tentado» (Ga 6,1). En nuestro mundo impregnado de individualismo, es necesario que se redescubra la importancia de la corrección fraterna, para caminar juntos hacia la santidad. Incluso «el justo cae siete veces» (Pr 24,16), dice la Escritura, y todos somos débiles y caemos (cf. 1 Jn 1,8). Por lo tanto, es un gran servicio ayudar y dejarse ayudar a leer con verdad dentro de uno mismo, para mejorar nuestra vida y caminar cada vez más rectamente por los caminos del Señor. Siempre es necesaria una mirada que ame y corrija, que conozca y reconozca, que discierna y perdone (cf. Lc 22,61), como ha hecho y hace Dios con cada uno de nosotros.

2. “Los unos en los otros”: el don de la reciprocidad.

Este ser «guardianes» de los demás contrasta con una mentalidad que, al reducir la vida sólo a la dimensión terrena, no la considera en perspectiva escatológica y acepta cualquier decisión moral en nombre de la libertad individual. Una sociedad como la actual puede llegar a ser sorda, tanto ante los sufrimientos físicos, como ante las exigencias espirituales y morales de la vida. En la comunidad cristiana no debe ser así. El apóstol Pablo invita a buscar lo que «fomente la paz y la mutua edificación» (Rm 14,19), tratando de «agradar a su prójimo para el bien, buscando su edificación» (ib. 15,2), sin buscar el propio beneficio «sino el de la mayoría, para que se salven» (1 Co 10,33). Esta corrección y exhortación mutua, con espíritu de humildad y de caridad, debe formar parte de la vida de la comunidad cristiana.

Los discípulos del Señor, unidos a Cristo mediante la Eucaristía, viven en una comunión que los vincula los unos a los otros como miembros de un solo cuerpo. Esto significa que el otro me pertenece, su vida, su salvación, tienen que ver con mi vida y mi salvación. Aquí tocamos un elemento muy profundo de la comunión: nuestra existencia está relacionada con la de los demás, tanto en el bien como en el mal; tanto el pecado como las obras de caridad tienen también una dimensión social. En la Iglesia, cuerpo místico de Cristo, se verifica esta reciprocidad: la comunidad no cesa de hacer penitencia y de invocar perdón por los pecados de sus hijos, pero al mismo tiempo se alegra, y continuamente se llena de júbilo por los testimonios de virtud y de caridad, que se multiplican. «Que todos los miembros se preocupen los unos de los otros» (1 Co 12,25), afirma san Pablo, porque formamos un solo cuerpo. La caridad para con los hermanos, una de cuyas expresiones es la limosna —una típica práctica cuaresmal junto con la oración y el ayuno—, radica en esta pertenencia común. Todo cristiano puede expresar en la preocupación concreta por los más pobres su participación del único cuerpo que es la Iglesia. La atención a los demás en la reciprocidad es también reconocer el bien que el Señor realiza en ellos y agradecer con ellos los prodigios de gracia que el Dios bueno y todopoderoso sigue realizando en sus hijos. Cuando un cristiano se percata de la acción del Espíritu Santo en el otro, no puede por menos que alegrarse y glorificar al Padre que está en los cielos (cf. Mt 5,16).

3. “Para estímulo de la caridad y las buenas obras”: caminar juntos en la santidad.

Esta expresión de la Carta a los Hebreos (10, 24) nos lleva a considerar la llamada universal a la santidad, el camino constante en la vida espiritual, a aspirar a los carismas superiores y a una caridad cada vez más alta y fecunda (cf. 1 Co 12,31-13,13). La atención recíproca tiene como finalidad animarse mutuamente a un amor efectivo cada vez mayor, «como la luz del alba, que va en aumento hasta llegar a pleno día» (Pr 4,18), en espera de vivir el día sin ocaso en Dios. El tiempo que se nos ha dado en nuestra vida es precioso para descubrir y realizar buenas obras en el amor de Dios. Así la Iglesia misma crece y se desarrolla para llegar a la madurez de la plenitud de Cristo (cf. Ef 4,13). En esta perspectiva dinámica de crecimiento se sitúa nuestra exhortación a animarnos recíprocamente para alcanzar la plenitud del amor y de las buenas obras.

Lamentablemente, siempre está presente la tentación de la tibieza, de sofocar el Espíritu, de negarse a «comerciar con los talentos» que se nos ha dado para nuestro bien y el de los demás (cf. Mt25,25ss). Todos hemos recibido riquezas espirituales o materiales útiles para el cumplimiento del plan divino, para el bien de la Iglesia y la salvación personal (cf. Lc 12,21b; 1 Tm 6,18). Los maestros de espiritualidad recuerdan que, en la vida de fe, quien no avanza, retrocede. Queridos hermanos y hermanas, aceptemos la invitación, siempre actual, de aspirar a un «alto grado de la vida cristiana» (Juan Pablo II, Carta ap. Novo millennio ineunte [6 de enero de 2001], n. 31). Al reconocer y proclamar beatos y santos a algunos cristianos ejemplares, la sabiduría de la Iglesia tiene también por objeto suscitar el deseo de imitar sus virtudes. San Pablo exhorta: «Que cada cual estime a los otros más que a sí mismo» (Rm 12,10).

Ante un mundo que exige de los cristianos un testimonio renovado de amor y fidelidad al Señor, todos han de sentir la urgencia de ponerse a competir en la caridad, en el servicio y en las buenas obras (cf. Hb 6,10). Esta llamada es especialmente intensa en el tiempo santo de preparación a la Pascua. Con mis mejores deseos de una santa y fecunda Cuaresma, os encomiendo a la intercesión de la Santísima Virgen María y de corazón imparto a todos la Bendición Apostólica.

Vaticano, 3 de noviembre de 2011

BENEDICTUS PP. XVI


jueves, 9 de febrero de 2012

San Juan Bautista de la Concepción

El próximo Domingo día 12 de Febrero a las 19.30 horas en la Parroquia de Santa María del Alcázar y San Andrés Apóstol organizado por la Cofradía del Rescate, se celebrará la Eucaristía en honor de San Juan Bautista de la Concepción, Padre Trinitario, fundador de la orden.