Queridos hermanos en Cristo Orando en el Huerto y su siempre Pura y Limpia Madre del Rosario en sus Misterios Dolorosos.
En esta ocasión, os hacemos llegar la Carta Pastoral de nuestro obispo, Monseñor D. Ramón del Hoyo López, dedicada a las Hermandades de Pasión y Gloria, bajo el título "Cruz y Resurrección", D. Ramón nos introduce a ir preparándonos ante la llegada inminente de la Cuaresma.

CA
RTA PASTORAL
RTA PASTORAL
A Cofradías de Pasión y Gloria
“Cruz y Resurrección”
Muy queridos
hermanos y hermanas cofrades:
1. El evangelista san
Juan nos explica y enseña que los padecimientos y la crucifixión del Señor son
el camino a la gloria. Jesucristo es el rey, victorioso, que vence al mundo y
al príncipe de este mundo. Elevado sobre la cruz juzga al mundo y atrae a todos
hacia Él.
La cruz es el lugar
de la victoria de Cristo, no un lugar de suplicio o de dolor. Con la cruz, la
Iglesia proclama la victoria del salvador sobre la muerte, el triunfo de su
amor. Por eso es el signo de nuestra redención.
Junto a la cruz del Calvario está la Iglesia,
congregada simbólicamente en la persona de “su Madre”, y de Juan, “el discípulo
que tanto quería”.
Puede decirse que en
la Cruz de Cristo están representados todos los que han sufrido antes y después
de Él: los que son tratados injustamente, los enfermos y desvalidos, los que no
han tenido suerte en la vida, los que sufren los horrores de la guerra, el
hambre o la soledad, los crucificados de mil maneras. También en nosotros el
dolor, unido a la Cruz de Cristo, tiene valor salvífico. Dios no está ajeno a
nuestra historia.

2. Cristo muerto en
la cruz, nos ha salvado desde dentro. Ha sufrido por nosotros, con nosotros y
como nosotros, pero resucitará por el poder de Dios, y el destino de gloria que
le espera es también el que nos espera a nosotros.
No se nos ha
asegurado que los que creemos en Jesús no vayamos a tener dificultades,
experimentar la enfermedad, la soledad, el fracaso o la muerte. Pero, aunque no
entendamos del todo el misterio del mal y de la muerte, sabemos que no son en
vano, sino que tienen una fuerza salvadora y pascual, hacia la nueva vida que
Dios nos promete.
Cuando durante el
tiempo de Cuaresma miremos y adoremos la cruz de Cristo, su pasión y muerte,
pediremos también que nos enseñe a vivir y a llevar nuestra cruz personal,
pequeña o grande, con la misma entereza con que Él la llevó sobre sus hombros.
Escribió san Agustín
en un Sermón: “Por tanto, no sólo no debemos avergonzarnos de la muerte de
nuestro Dios y Señor, sino que hemos de confiar en ella con todas nuestras
fuerzas y gloriarnos en ella por encima de todo”.
3. Al regresar a
Jerusalén los dos discípulos que caminaron a Emaús, escribe el evangelista san
Lucas que “encontraron reunidos a los once con sus compañeros, que estaban
diciendo: Era verdad, ha resucitado el Señor y se ha aparecido a Simón. Y ellos
contaron lo que les había pasado por el camino y como lo habían reconocido al
partir el pan” (Lc 24, 33-35).
La fe es un don de lo
alto y la conversión es obra de Dios. En aquellos primeros testigos, y
discípulos comienza una transformación a raíz de la Resurrección de Jesús, que
culminaría en Pentecostés. Sus dudas, al ver la piedra removida del sepulcro, las
vendas en el suelo y el sudario, con que le habían cubierto la cabeza,
enrollado en un sitio aparte y el sepulcro vacío, contribuían a aumentar la
confusión, pero se transformaron en su modo de ser y actuar. Se produjo, en
cada uno de ellos, el cambio profundo como creyentes.
Comenzaron a pensar
en las cosas de arriba y no tanto en las de abajo. Dejaron de buscar entre los
muertos al que había recobrado la vida. El sepulcro les condujo, desde la duda
y confusión a la certeza de la fe sobre la nueva existencia de su Maestro plena
y glorificada, como a su victoria sobre la muerte. No seguían a un muerto, sino
a uno que está vivo.
4. La vivencia de la
Pascua, en el cristiano, significa abandonar el “hombre viejo” que está
agazapado en nuestro interior para dejar crecer al “hombre nuevo”, reflejo de
Cristo, que se inicia con el Bautismo. Por el agua y la acción del Espíritu
Santo, se nos introduce en el misterio de Cristo que atravesó la muerte y pasó
a la vida.
Procure el cofrade,
por todo ello, acudir a la solemne Vigilia Pascual del sábado santo a renovar
sus promesas bautismales, para avivar el inicio de su recorrido de creyente por
gracia de Dios. Celebre con gozo también en aquella noche santa el sacramento
de la Eucaristía. En él, celebramos que Jesús, el Señor resucitado, se nos
entrega como el Pan que da la vida eterna, el alimento que repara nuestras
fuerzas, levanta nuestro espíritu y renueva nuestro ser de creyentes.
Los dos discípulos de
Emaús, que contemplaban la realidad con tintes negros y estaban tan
desanimados, empezaron a cambiar su modo de ver las cosas y de actuar cuando
acogieron a Jesús resucitado. Supieron reconocerlo en la Fracción del Pan,
después de haber escuchado con atención su Palabra. Y dieron, luego, testimonio
de su encuentro con el Resucitado volviendo al Cenáculo, a la Iglesia naciente,
a la comunidad del los discípulos de Jesús, llenos de renovada esperanza.
Que este sea también
vuestro recorrido en esta Pascua del 2014, al celebrar la Pasión, Muerte y
Resurrección de Cristo.
Con mi saludo en el
Señor, os bendice.
Ramón del Hoyo López
+ Obispo de Jaén
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